Consejos comunales: Una señal de los tiempos
Llamados a destrancar el desencuentro entre demandas ciudadanas y gestión pública, los consejos comunales gozan de escasa accountability. Éstas han resultado más bien unas réplicas disfuncionales, en miniatura, de la pugna mundial entre el nuevo socialismo y el capitalismo emergente. En cualquier caso, para bien o para mal, parece que allí está localizada la semilla del cambio.
Del Poder Municipal hacia arriba –en ese endemoniado cuello de botella– comienza la pesadilla, la aparatosa trabazón burocrática, la cortina de hierro gubernamental, la apretadísima tenaza centralizadora. En ese punto exacto, alguien está arruinando –de existir tal cosa– la fiesta del despertar de la autonomía ciudadana. Una fiesta que, al parecer, tiene más convidados que comensales, pues, al final de la jornada, por lo que se ve, son legión los entusiasmados con el pastel, pero unos pocos los que terminan por llevarse realmente el trozo a la boca.
Los consejos comunales venezolanos son células primigenias de poder que no son quienes tienen, en el campo de batalla, en los hechos, la peor accountability (1). Decir eso sería mentir. Algo se ha hecho, los ciudadanos se han activado y han dado su lucha como han podido, unos más y otros menos, por unas
vías o por otras, pero, hágase honor a la verdad, el concepto todavía está lejos de cristalizar en una experiencia de empoderamiento palmariamente trascendental y vigoroso. Algo no termina de hacer click. Mala cosa.
Desde la aprobación de la primera Ley de Consejos Comunales, en 2006, a esta fecha, cuando recién se aprobó en diciembre de 2009 la nueva Ley Orgánica de Consejos Comunales –ésta última ya cristalinamente atada a un modelo económico socialista–, puede afirmarse sin titubeos que la figura no ha sido del todo inoperante. Faltaba más. Pero, también es verdad que la sumatoria de logros, el acumulado
de problemas comunitarios resueltos efectivamente, dista mucho de hacer peso suficiente sobre la realidad. Los resultados no impactan en los indicadores de calidad de vida con la necesaria transparencia y visibilidad,
como para concluir que estas estructuras destrabaron el desencuentro entre demandas ciudadanas y gestión pública, en su amago de sustituir la fenecida descentralización de la Cuarta República.
De la urbe al orbe
En el particular micromundo de cada comunidad, de cada consejo comunal, tiene lugar una compleja miniatura de la nada dócil confrontación mundial entre una nueva izquierda que reivindica a Marx, la propiedad comunal, el cooperativismo, las empresas de producción social, entre otros aspectos y un
capitalismo que ensaya a trompicones un cambio de piel, que puja por salir de este trance, renovado y acaso con su inmensa deuda social saldada, o, por la medida baja, en vías suficientemente inteligibles de dar alcance a ese imperativo.
Entretanto, en la sui generis galaxia de los consejos comunales se producen pronunciados contrastes. Así, tanto las urbanizaciones de clase media alta como las barriadas más populares, han instalado su consejo comunal. ¿Qué más se va a hacer? Esto es lo que hay, hasta ahora.
Sin embargo, esta figura de organización popular tropieza orpemente con la estructura federal de la Nación, instituida en la Constitución de 1999, y refrendada en 2007 cuando los electores negaron Reforma Constitucional.
Como para atizar el fuego, para acicatear el espinazo al diablo, la victoria parcial, pero no por ello poco significativa, de la oposición en las pasadas elecciones regionales de 2008, supeditan y condicionan el accionar de los consejos comunales a un Poder Municipal transversalizado por un mapa político que no
le pertenece del todo al Gobierno, como sí es el caso de la Asamblea Nacional, por ejemplo.
“Lo que estamos viendo en la práctica en Venezuela, es un choque de trenes muy fuerte, entre las intenciones de implantar el comunismo en el país y la resistencia que están haciendo las fuerzas democráticas del mismo”, abre fuegos la socióloga Isabel Pereira, directora de la Unidad de Análisis del Centro de
Divulgación del Conocimiento Económico (Cedice Libertad).
La experta –peregrina tenaz en la tarea de conectar a las bases con la empresa privada– remarca que, aunque el Gobierno tiene casi 11 años en el poder, ha tenido más recursos que cualquier otro Gobierno y tiene el control de todos los poderes, no ha podido implantar de manera vertical el comunismo. El tiro de gracia le ha sido esquivo, “porque la sociedad ha ofrecido una resistencia muy grande”.
Depende del cristal
En este sentido, Miguel González Marregot, vicepresidente del Consejo Local de Planificación Pública del Municipio Baruta, pone sobre la mesa, como una reluciente navaja de doble filo, dos maneras de entender el fenómeno de los consejos comunales.
Por un lado, la perspectiva ideológica, o de levantamiento de un embarazoso andamiaje neo comunista y, por otro lado, la perspectiva de gestión, es decir, de canalización de los fondos públicos con fines operativos, funcionales, o de efectiva y eficiente concreción de mejoras palpables en la calidad de vida de
las comunidades.
La gente –explica Pereira– vio, en una primera instancia, emerger a los consejos comunales del interior de la revolución bolivariana –ya figuran en la Constitución de 1999, pero no es sino hasta 2006 cuando se publica en Gaceta Oficial la primera Ley–, como una vía para acceder a recursos fiscales, para resolver los problemas de la comunidad. Cuando se crean, la primera instrucción que reciben es realizar un diagnóstico y luego hacer los planes.
¿Qué sucedió? Que una vez levantado el inventario de problemas, cuyas respectivas soluciones vendrían a configurar la fisonomía del pago de una pregonada deuda social, surgen diferencias procedimentales en el seno de las comunidades.
¿Qué cosas son más importantes que otras, qué se hace primero y qué se deja para después? Eso no sería nada. Hasta ahí todo tendría solución. El verdadero problema, el quid de la indigestión participativa tiene su génesis en la puesta en marcha de dichas soluciones.
Cuando las comunidades tienen esa información en sus manos –explica Pereira echando para atrás la película– comienza la confrontación política. Por primera vez –afirma– las comunidades se estrellan violentamente contra una estructura super concentrada de poder, donde las instancias locales, municipales,
estadales, “son especies de estafetas de correo, porque en realidad todo se decide a nivel presidencial”.
No hay que olvidar que el consejo comunal era la célula madre de la nueva geometría del poder, contemplada en el proyecto de Reforma Constitucional, la cual, sin detener al lector en el detalle, daba al traste con la figura de alcaldías y gobernaciones, convirtiéndolas en cascarones vacíos.
La amarga realidad
Las respuestas que obtienen las comunidades al presentar sus problemas ante las instancias de toma de decisiones –continúa la directora de Cedice– son parciales y discrecionales, no tienen nada de planificadas. Los ciudadanos se encuentran, ahora, con un Estado totalmente concentrado, que no tiene ninguna capacidad de respuesta, “porque ése no es su verdadero problema”.
Pero la analista arriesga más y asevera a rajatabla que el único fin del Gobierno es dejar caer sobre el país una mano pesadamente controladora, centralizante y de corte corporativista. No obstante –contrapone Pereira–, una vez que sale el sol, se abren las puertas de los primeros consejos comunales y suena el traquetear de las engrapadoras que fijan el blanco y negro de los clamores ciudadanos, brotan naturalmente personas que tienen tradición democrática, que creen en la propiedad privada, tanto oficialistas como opositores, y que han vivido en libertad.
En fin, el desenlace de todo es nada menos que los consejos comunales son “un autogol que se metió el Gobierno”, según sentencia Pereira. Acaso porque echaron a andar un despertar ciudadano que se traduce en desengaño y frustración. El presidente Chávez –afirma– asiste a una creciente pérdida de poder y prestigio, lo cual, no obstante, no llega a constituirse en el germen de una rebelión popular, sino, más bien, es una toma de conciencia perfectamente verificable y mensurable, con su reflejo natural en las urnas.
Pero, ¿cuál es la narrativa que se teje aguas abajo? Nirka Tiamo, miembro del consejo comunal del barrio Santa Rosa, en el Municipio Libertador, quien no oculta sus simpatías por el Gobierno, hace énfasis en que los logros de su comunidad se deben al trabajo tenaz y en equipo de los miembros de la comunidad, de la militante participación de los vecinos, demandados por esta hora de la patria –a su parecer– a tomar las riendas de su propio destino, en este proceso de oxigenación de la vida ciudadana, cuya mecha fue encendida por el presidente Chávez, según afirma. Valga precisar, llegados a este punto, que el movimiento popular venezolano no nace en 1999, sino décadas atrás, en los años 70 del siglo pasado y acaso, más atrás.
Tiamo deja en claro que no cree que el asunto dependa de un solo hombre, sino de la voluntad enérgica de los ciudadanos para echarse a andar, para soltar las amarras de la dependencia paternalista, para organizarse, discutir ideas, para aprender, para llenarse los pantalones de barro y no dormir bajo los efectos de una opiácea dejadez. “Algo muy importante es que los ciudadanos se preparen cada vez más”, sugiere como piedra de toque y punto de honor.
No todo es tan malo
Si bien no hace falta ser un genio para entender que la rendición de cuentas de los consejos comunales deja grietas insalvables (si se parte de la premisa de que fueron engendrados para liquidar la ineficacia en la real solución de los problemas puntuales de las comunidades) hay que hacer, no obstante, una pausa y dar –como se dice– al César lo que es del César.
No todo es tan malo. González Marregot, por ejemplo, ha identificado tres puntos a favor: los consejos comunales activaron la participación vecinal; los líderes comunitarios tienen a esta hora un mayor conocimiento, saben lo que es un árbol de problemas, cómo se formula un proyecto; y, por último, estas instancias comunitarias han terminado por ser factores de presión sobre las autoridades públicas.
Pero como se dijo al inicio, algo no hace click. González Marregot toma distancia y advierte que, aún cuando no es sano generalizar, el clientelismo y la corrupción no dejan de jugar su peligrosa carta. “Hay una pérdida importante de recursos, que es inauditable, una caja negra”, denuncia.
No es, ni con mucho, la única costura que se le ve a este apretado traje. Manfredo González, miembro del Consejo Comunal de la urbanización de clase media alta El Marqués Norte, aporta que de cuatro años que tiene funcionando éste, tres fueron tiempo perdido, exactamente los mismos en que José Vicente Rangel Ávalos (dirigente del oficialismo) gobernó en el municipio Sucre.
Es apenas luego de la elección de Carlos Ocariz (dirigente de la Alianza Democrática), que algunos proyectos se han puesto en marcha. González relata cómo durante la gestión de Rangel Ávalos, los consejos comunales alineados francamente con el Gobierno eran objeto de todo género de facilidades y privilegios,
en tanto que los opositores debían bregar con un alud de trabas y engorrosos escollos burocráticos. Y aún la presencia de Carlos Ocariz en la Alcaldía de Sucre, se excusa, no constituye del todo una garantía.
De su lado, la vocera del Consejo Local de Planificación Pública del Municipio Libertador, Armida de Álvarez, da cuenta de cómo en esa instancia media, la pelea es dura y hay que sudar para que las demandas de los consejos comunales representados por ella, entre otros, traspasen la férrea barrera del Poder Municipal. El alcalde de Caracas, Jorge Rodríguez, asegura, presta oídos sordos a todo el que no diga “firme” ante al proceso, y de ahí hacia arriba, el trato es directo, puro y duro, con la Presidencia.
Para bien o para mal
Pero lo cierto es que, ya que se esté a favor o en contra, el sentido común parece aconsejar que todo el movimiento de arenas que han traído consigo los consejos comunales sea advertido como una señal de los tiempos. Para bien o para mal, si hay algo de lo que se puede estar seguro es que el constante movimiento de las fuerzas políticas venezolanas, encuentra su vivo espejo en estas peculiares estructuras de base.
Las próximas elecciones parlamentarias del 26 de septiembre, no solamente podrían llevar hasta el Parlamento nuevos representantes opositores de las diversas regiones, con lo cual los consejos comunales ganarían voz y voto en los debates legislativos, sino que, dependiendo de en qué medida se ganen escaños de lado y lado, la Asamblea Nacional podría comenzar a protagonizar una historia de auténticos pesos y contrapesos, con respecto a los otros poderes. Esto haría, cuando menos, un poco más escarpada la cuesta que lleva a la concreción de una política centralizadora.
Con un panorama de este tenor, otro gallo podría cantar para lo tocante al ejercicio de una ciudadanía activa y protagónica. Los analistas coinciden –por último– en que la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) también debe hacer lo suyo, en la búsqueda de activar una marcha firme y decidida hacia una vigorización definitiva e irreversible de la democracia. El miedo, como el mercado, es libre.
Alejandro Ramírez Morón
aleramirezve@gmail.com
Tomado de Veneconomia mensual Vol. 27 No. 7, Abril de 2010
(1) Accountability, es un término politológico, que no se refiere sólo a la acepción gerencial pura de rendición de cuentas, sino que también abarca la verificabilidad de la calidad de una gestión que estaría supuesta a desprenderse de tal rendición de cuentas. El concepto de accountability -un término aún inacabado- no se agota en el mero hecho de rendir cuentas, malas o buenas, sino que trasciende hasta el punto en que, de esa rendición de cuentas, se concluye lo mensurable de la calidad de la gestión. No sólo presentar cuentas, sino presentar resultados.
De este modo, todas las instancias implicadas en el sistema de consejos comunales deben rendir cuentas o presentar resultados, desde los líderes comunales hasta el poder central, si bien en gestión pública se entiende más por un proceso de pesos y contrapesos entre representantes y representados. Este análisis parte de que todo el sistema de consejos comunales presenta escasa rendición de cuentas o presentación de resultados. No es sólo que no se dispone de la información, lo que lo hace una caja negra, inauditable, sino que no hay resultados, hechos, facts, que demuestren que el trabajo -resolver los problemas de las comunidades- se está haciendo, en efecto.