Cambio una revolución por una licuadora. Por fin el paraíso ha llegado a nosotros. Ahora resulta que consumir nos devuelve la autoestima, que comprar barato o comprar sin pagar nos da seguridad en nosotros mismos, nos afirma como pueblo. El socialismo del siglo XXI es el antiguo consumismo del siglo XX. Devuélvanse. La utopía queda atrás.
Los hijos de Bolívar son capaces de hacer 30 horas de cola para obtener un televisor rebajado. Y algunos miembros de la Fuerza Armada, revolucionaria y antimperialista, son capaces de organizar las filas y cobrar algún dinero por los cupos. Y, del otro lado de la vitrina, los comerciantes son capaces de esconder la mercancía o de ponerse a re-remarcar los precios a una velocidad insospechada. Y el gobierno, mientras tanto, es capaz de declararse víctima de todo este sistema que él mismo promueve, ordena y controla. Si este proceso tenía algo de socialista y de izquierda, Nicolás Maduro lo enterró definitivamente esta semana. En muy pocos días, han convertido la autoproclamada revolución en un gran festival de homenaje al capitalismo. Ahora, la Venezuela saudita es su bandera.
Es evidente que no se trata de un plan sino de un desespero. Ven venir el colapso total de todos sus gobiernos y quieren salvarse. No saben cómo hacer para que ese 50% de inflación no los manche. Basta con realizar un seguimiento de las declaraciones oficiales para darse cuenta de que solo tienen un hipo discursivo. El presidente llama un día a ahorrar, al día siguiente nos insta a consumir de cualquier manera, hasta dejar limpios los anaqueles; luego amenaza a comerciantes y empresarios, después los invita a que inviertan en el país; más tarde nos pide que denunciemos a los saqueadores… Maduro practica un extraño aerobics retórico que cambia radicalmente de rutina cada dos segundos. Sus colaboradores lo siguen con entusiasmo. El vicepresidente declara que el dólar paralelo es una “ficción”. El ministro de Comercio afirma que la inflación es “el resultado de una estrategia de la oposición”. Nadie entiende nada. Necesitamos urgentemente un nuevo Órgano Superior de Traducción Simultánea.
Creo que todos estamos de acuerdo: los especuladores deberían ser perseguidos y castigados. Pero no dejemos fuera al gobierno, que lleva años viviendo y beneficiándose de la especulación. Que con un barril a más de 100 dólares diseña su presupuesto a 60 y jamás nos rinde cuentas claras sobre lo que hace o no hace con los otros 40 dólares. Que nunca ha sido transparente y nos ha comunicado la lista de empresas a la que les otorga millones de dólares. Peor aún: que ha despedido a aquel funcionario que se ha atrevido a denunciar las empresas fantasmas a las que se les dieron más de 20.000 millones de dólares. Ese es nuestro gran especulador. El gobierno que recibe y distribuye las divisas. Que cambia y juega a su antojo con el dinero. El gobierno que tiene y ha tenido todo el poder para consolidar un nuevo sistema de privilegios cuyas distorsiones ahora empezamos a sufrir. El mercado negro es rojo. El dólar negro es rojo. La especulación es, también, roja rojita.
¿Alguien recuerda, ahora, cómo se llenaban la boca hablando de los dos modelos, convocando al país a un profundo debate ideológico? Puro descaro. Pura sinvergüenzura vestida de Alí Primera. La revolución bolivariana terminará siendo solo un gran negocio. El socialismo del siglo XXI se está descascarando. Cada vez tiene menos maquillajes. Necesita secuestrar y encarcelar a periodistas. Como lo hizo en estos días con Jim Wyss, reportero del Miami Herald. Necesita la vulgar complicidad del CNE, que sigue sin pronunciarse sobre el decreto oficial del 8D como “Día de la lealtad a Chávez”. Necesita sobornar o extorsionar a diputados, realizar maniobras oscuras, para desconocer cada vez más la voluntad del pueblo. ¿Acaso eso no es usura? ¿Acaso no nos están robando, día a día, el Estado?
Fuente: El Nacional 18/Noviembre/2013
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