Venezuela: la salida será por el centro
Fernando Mires (Chile)
1. Elecciones parlamentarias son en una democracia un procedimiento formal en donde perdiendo o ganando es posible reordenar la correlación política de fuerzas mediante sustituciones y nuevas alianzas. No ocurre lo mismo en un marco determinado por una dictadura militar. En esas circunstancias las elecciones son llevadas a cabo en un ambiente lleno de miedos, incertidumbres y dudas, y por si fuera poco, en un espacio extremadamente polarizado donde no caben alternativas intermedias.
Las elecciones bajo una dictadura no cumplen, luego, la función de reordenar el juego político. Mediante elecciones, muchas veces fraudulentas, los dictadores buscan obtener una nueva carta que les permita aumentar su poder, esta vez por la vía de la legitimación pública. No son las elecciones, como en las democracias, un fin en sí. Son un simple medio de un proyecto que culminará con la toma del poder total. De ahí que para los dictadores las elecciones son sólo batallas que hay que ganar para, en un momento dado, destruir políticamente a sus enemigos. Esa es la razón por la cual los dictadores, en las raras ocasiones en que pierden elecciones, no reconocen los resultados.
Mas, por otro lado, la pérdida de legitimación política – y este es el riesgo que corren los dictadores al convocar a elecciones- ha sido en muchas ocasiones el comienzo del fin de cada dictadura, a menos de que la dictadura acepte la chance de la democratización del poder, decidiéndose a compartir algunas partes de ese poder, con la oposición. Está quizás de más decir que en la historia no hay ni un solo ejemplo parecido. En efecto, es mucho más fácil que una democracia se convierta en una dictadura a que una dictadura se convierta en una democracia. Ese es también el dilema que probablemente enfrentará el gobierno militar de Chávez a partir del 26 de septiembre del 2010. Naturalmente no faltará quien opine que ese dilema es falso porque el gobierno de Chávez no es en sentido estricto una dictadura, o por lo menos, no es una dictadura clásica.
En sentido estricto, una dictadura se caracteriza por la militarización de poder político y por la concentración bajo un solo mando de los tres poderes del Estado. En el caso de Venezuela basta observar la hegemonía de los cuadros militares en los aparatos de poder, o la extrema militarización que han alcanzado las organizaciones sociales de las cuales las llamadas “guerrillas comunicacionales” son sólo el último ejemplo. La celebración de efemérides civiles con paradas militares al estilo norcoreano es otro ejemplo. La verdad, ni siquiera las dictaduras del Cono Sur llevaron a cabo una militarización tan detallada de las instituciones públicas y de las organizaciones sociales como la que está teniendo lugar en la Venezuela de Chávez.
En cuanto a la concentración autocrática del poder, y más allá de que la AN haya sido regalada a Chávez por una errática oposición, el hecho objetivo es que la AN es una dependencia más del ejecutivo. Del poder judicial ni el más empecinado chavista podría negar que se encuentra al servicio de las decisiones y ocurrencias del presidente. Los presos políticos son, por último, el trágico testimonio de la existencia de una dictadura pues como dijo una vez el ex Presidente de Costa Rica, Oscar Arias: “en una democracia no hay presos políticos”. De tal modo, no veo ningún impedimento ni político ni politológico para referirse al gobierno de Venezuela como a una dictadura militar, una más de las tantas que han asolado nuestro desdichado continente.
Después de todo, la gran mayoría de las dictaduras han sido plebiscitarias. Se argumentará quizás que el gobierno de Chávez no es dictadura porque no es plebiscitario sino electoral. Falsa afirmación: Chávez ha convertido cada elección en un plebiscito en torno a su persona. En Venezuela se vota a favor o en contra de Chávez; así de simple.
2. No obstante, todas las dictaduras alcanzan, tarde o temprano, su periodo de descenso. En ese sentido algunos comentaristas venezolanos, basados en recientes encuestas, opinan que la dictadura de Chávez ha comenzado a vivir su fase terminal. Sin embargo, basar opiniones en encuestas es en política algo arriesgado, sobre todo si estamos hablando de un líder como Chávez quien ha demostrado, y más de una vez, capacidad para revertir encuestas, aún al precio de amenazar con prisión a los contrincantes. Recursos monetarios le sobran, y los medios de propaganda y coerción que maneja, son múltiples.
Hay que reconocer, no obstante, que para Septiembre del 2010 los candidatos que enviará Chávez a la palestra pública no las tendrán todas consigo. No sólo porque el país atraviesa una profunda crisis económica y energética, irrecuperable a corto plazo. No sólo porque sus candidatos ostentan un bajísimo nivel político. No sólo porque después de 11 años el mandatario no ha podido, quizás no ha querido, resolver los problemas más inmediatos de la sociedad venezolana, entre ellos el sistema hospitalario y la seguridad pública. Además, y por si fuera poco, Chávez ha unido el destino de su nación al de otra nación en bancarrota económica, política y moral: la Cuba de los Castro, hasta el punto que el siniestro hermano menor opina que Venezuela y Cuba son cada vez más “la misma cosa”.
Intentar ganar elecciones ofreciendo como alternativa el modelo cubano es un desatino increíble. Pero además de eso, el más grave problema para Chávez es que no sólo necesita ganar. Para que su proyecto de totalización del poder pueda ser posible, necesita, sobre todo, ganar de un modo abrumador, o como dice en su tierno lenguaje, necesita “pulverizar a la oposición”. Y ese objetivo, por lo menos hasta el día en que se escriben estas líneas, parece inalcanzable. Veamos:
De las elecciones de Septiembre del 2010 pueden surgir cuatro alternativas. La primera es que efectivamente Chávez obtenga una mayoría abrumadora. Si esto ocurre el destino de la nación tendrá sus días contados. El de la oposición, y sobre todo el de la disidencia, también. Ya hablaremos de eso.
La segunda alternativa es que la oposición pierda, pero obteniendo un porcentaje respetable de votos, digamos, no menos o alrededor del 45%. Si eso ocurre, se mantendrá hasta el 2012 -cuando tengan lugar las elecciones presidenciales- el neurótico empate que caracteriza la vida política de Venezuela. En esa dirección, aún perdiendo, la oposición podría obtener algunas ganancias relativas: aumentar por ejemplo su presencia discutitiva en la AN, o abrirse a futuras deserciones que ocurrirán en el campo chavista, y no por último, como siempre sucede en elecciones parlamentarias, generar nuevos liderazgos con vistas al 2012.
La tercera alternativa sería muy buena para la oposición, y es que, dado el sistema truculento que inventaron los secuaces de Chávez para hacer imposible un triunfo de la oposición (Ley Orgánica de Procesos Electorales), podría ser posible que la oposición obtenga la mayoría nacional, pero no la mayoría parlamentaria. En esas condiciones la pérdida de legitimidad no sólo de la AN sino, además, del propio gobierno, sería enorme.
La cuarta alternativa significaría para la oposición un verdadero triunfo histórico: obtener la mayoría nacional y la mayoría parlamentaria a la vez. Se trata, por cierto, de un objetivo dificilísimo, mas no absolutamente imposible. Si eso ocurriera, la dictadura, aunque no el gobierno de Chávez, habría llegado a su fin.
En síntesis, de las cuatro alternativas Chávez tiene solo una positiva. La oposición en cambio cuenta con una sola alternativa muy mala, con una buena, con una ni tan buena ni tan mala y con una extraordinaria. Vale la pena jugarse.
O para decirlo en pocas palabras: las probabilidades de que la dictadura de Chávez no quede bien parada después de Septiembre del 2006 y que a partir de esa fecha comience su fase de descenso, no son pocas. Lo cierto es que el resultado de las elecciones del 2010 será muy decisivo para el año 2012,
Pensar en el 2012 en medio del 2010 es, por supuesto, un error político. Pero no es un error politológico, y vale la pena aclarar la diferencia. Desde el punto de vista político lo único que debe hacer la oposición es concentrar todos sus esfuerzos para obtener un triunfo electoral. No tiene por lo demás otra alternativa. Desde el punto de vista politológico, que no es el de los políticos sino el de los analistas de la política, hay que barajar todas las posibilidades, analizar todos los escenarios y extraer todas las consecuencias posibles. El analista que escribe sólo de acuerdo al escenario político inmediato es un mal analista, de la misma manera que el político que piensa en plazos demasiado largos es un mal político. La política es presente y nada más que presente.
Ahora, desde el punto de vista politológico, y no desde el político, es posible suponer que a partir de las elecciones de septiembre del 2010 existirán condiciones para que comience, definitivamente, el periodo de descenso de la dictadura de Chávez.
Mi otra afirmación – que es a la vez la tesis central del presente artículo- es que la redemocratización de la política venezolana deberá ocurrir a través del centro político y no a través del polo que representa el anti-chavismo más radical. ¿En qué baso esa afirmación? Primero, en muchas experiencias históricas. Segundo, en que en Venezuela no sólo existe una oposición políticamente constituida sino, además, una disidencia representada en estos momentos por los sectores que siguen al chavismo constitucional del gobernador del Estado Lara, Henry Falcón. Esto significa que en Venezuela se dan todas las condiciones para que –más temprano que tarde- tenga lugar una relación dialéctica entre oposición y disidencia, relación que es, a la vez, el preámbulo del descenso de toda dictadura. La tercera razón es que el ambiente internacional, sobre todo el latinoamericano, es y será cada vez más desfavorable para un proyecto radical y polarizante como el que representa Hugo Chávez. Vamos entonces por partes.
3. Antes que nada hay que constatar que el tema relativo al descenso de las dictaduras no ha sido una ocupación predilecta de la teoría política. A diferencia de la abundante literatura que existe acerca del tema de la articulación y ascenso de los movimientos nacionalistas y populistas que han llevado al establecimiento de dictaduras, el del descenso y de la desarticulación política de las dictaduras ha sido tratado con cierto descuido. Razón inexplicable pues acerca de ese tema existe un nutrido aporte historiográfico.
Uno de los pocos autores que ha tratado el tema del descenso dictatorial desde una lúcida perspectiva teórica ha sido Nicos Poulantzas en su ya antiguo pero siempre actual libro “La crisis de las dictaduras: Portugal, Grecia y España”. En ese texto Poulantzas hace algunas constataciones básicas que son perfectamente traspasables a otras experiencias históricas. Una de ellas es que la condición del descenso dictatorial surge cuando en el “bloque en el poder” aparecen notorias fracciones o rupturas (disidencias). Otra, es que esas fracciones se articulen con la oposición democrática al régimen, teniendo lugar así una alternativa “centrista”. Por último, para Poulantzas –marxista al fin- el proceso de democratización política es inseparable de la modernización económica que tiene lugar a nivel internacional. Todas esas condiciones se dieron efectivamente en el descenso de las dictaduras sur-europeas.
Si no hubiese aparecido la disidencia interfranquista representada por el habilidoso falangista Adolfo Suárez; si no hubiese aparecido la disidencia militar al interior del ejército colonial de Oliveira Salazar; si la oficialidad joven de Grecia no hubiese desobedecido a los “coroneles”, la democratización de esas naciones no habría sido posible sin pasar por los traumas de cruentas guerras civiles. En todos esos casos la salida ocurrió no por los extremos sino por el centro.
Del mismo modo, la segunda ola democratizadora (Hungtinton) que fue la ocurrida en la URSS y en sus satélites de Europa Central y del Este, también fue posible gracias a las disidencias que tuvieron lugar al interior de las Nomenklaturas (clases dominantes de Estado).
La caída de las dictaduras comunistas comenzó a vislumbrarse desde el momento en que al interior del Partido Comunista Soviético, Gorbachov, un hombre del régimen, pasó a ser el portador de una disidencia intra-dictatorial. No fue, por lo tanto, la heroica resistencia anticomunista sino el pragmatismo gorbachiano el hecho que permitió el enlace entre la oposición interna y la disidencia externa. De igual manera, en Polonia, la alianza entre Iglesia y Solidarnosc no habría servido de nada si es que algunos miembros de la Nomenklatura, entre ellos el propio general Jaruzelski, no hubiesen tomado contacto con la masiva resistencia democrática de la nación. Pero quizás el caso más dramático ocurrió en la RDA, cuando el dirigente comunista Egon Krenz mandó abrir el nefasto muro de Berlín oponiéndose así a las decisiones genocidas de Honecker y su esposa Margot. Tanto en ese, como en otros casos (habría que agregar Hungría y Checoeslovaquia) la salida fue por el centro, o lo que es parecido: de ese enlace, muchas veces fortuito, entre la disidencia interna y la oposición externa.
De la misma manera, la tercera ola democratizadora del siglo veinte, que fue la ocurrida en América Latina de los años ochenta del pasado siglo, sobre todo durante el declive de las dictaduras del Cono Sur, tuvo como portadores a estadistas representantes del centro político. El demócrata-cristiano chileno Patricio Alwyn fue incluso uno de los impulsores del golpe de Estado de Pinochet, pero a la vez tuvo que ponerse, mucho después, a la cabeza de la democratización del país. En Argentina, la democratización no podía ser llevada a cabo por los peronistas, eternos contrincantes del Ejército. Fue Raul Alfonsín, del Partido Radical, quien tuvo que asumir la salida institucional centrista de la nación. Lo mismo ocurrió en el Uruguay de José María Sanguinetti. En todos estos casos, la salida ocurrió por el centro y no desde la oposición radical.
Que la salida de una dictadura ocurra por el centro y no por los extremos, es el motivo por el cual algunos dictadores, dándose cuenta del peligro que representan las posiciones centristas, han atacado con más furia a los representantes del centro político que a la propia oposición. Recordemos que en Nicaragua, Pedro Joaquín Chamorro fue enviado a asesinar por la dictadura somocista. Lo mismo ocurrió en Filipinas con el político centrista Benigno Aquino, enviado asesinar por la dictadura de Ferdinand Marcos. En El Salvador, el asesinado Monseñor Óscar Arnulfo Romero representaba las posiciones del centro democrático y no las ultra-radicales del Frente Farabundo Martí, y así sucesivamente.
4. También Hugo Chávez, a quien nadie puede negar su casi innata astucia política, ha advertido el peligro que porta consigo la disidencia interna “centrista” que representa, entre otros, el gobernador Henry Falcón.
La brutalidad con que Chávez ataca a su antiguo aliado ya no tiene límites. Su propósito nada oculto es sacarlo de su camino lo más pronto posible. Quizás, desde los rincones más oscuros de su inconsciente político, advierte Chávez que Falcón, atrincherado en el PPT, puede llegar a convertirse en el catalizador de una creciente disidencia interna la que si logra enlazar con la oposición externa llevará al fin de la era chavista. O quizás presiente Chávez que Falcón puede ser el tumor visible de un cáncer cuyas metastasis se ramifican al interior del organismo del régimen, tumor que hay que extirpar lo más pronto posible. En cualquier caso, con Falcón o sin Falcón, no podrá evitar Chávez que su descenso sea signado por el acuerdo que logre alcanzar la oposición externa con la disidencia interna (o inter-chavista). La salida será, nuevamente, por el centro.
Falcón y quienes les siguen puede que sepan que el momento para comenzar el juego dialéctico entre disidencia y oposición todavía no ha comenzado. Ese juego deberá darse a partir de los resultados de Septiembre del 2010. Lo que sí seguramente saben, es que la salida será por el centro. Lo que por otra parte nadie sabe, es si la disidencia cautivará el corazón de la oposición o será la oposición la que atraiga hacia sí a la disidencia. Eso dependerá de factores que en estos momentos son imposibles de pronosticar. Pero si Falcón posee al menos la mitad del instinto político de Chávez, podrá darse cuenta que lo peor que puede suceder tanto a él como al PPT, es que los candidatos de Chávez obtengan una mayoría abrumadora en las elecciones de Septiembre. Si eso ocurre, Chávez aprovechará el momento para “depurar” sus fuerzas, y enviar a PPT a la oposición a formar otro partido socialdemócrata, de los que ya abundan en Venezuela. A Falcón le imputarán cualquier delito (conspiración, corrupción, magnicidio) y el Presidente, como ya es su costumbre, dictará sentencia desde la televisión, la que ejecutarán en un santiamén sus solícitos jueces (así funciona “la democracia” en Venezuela).
Pero por otra parte es imposible dejar de advertir que en la Venezuela de nuestro tiempo, la primera gran derrota electoral de Chávez, ocurrida en el referendum del 2007, estuvo precedida por dos quebraduras disidentes de alta significación. Una política y otra militar. La política fue la deserción de Podemos y de su líder Ismael García. La militar fue la del general Raúl Isaías Baduel quien todavía paga su osadía en prisión. Ahora, las elecciones parlamentarias del 2010 ya están precedidas por dos, si no deserciones, por lo menos dos disidencias de tanta o mayor magnitud que las ocurridas el año 2007: la de Henry Falcón y la del general Antonio Rivero. Si bien este último carece del carisma que poseía Baduel al interior del Ejército, las razones de su disidencia son muchísimo más graves: la entrega de la soberanía nacional a militares cubanos. De tal manera que si uno creyera en cábalas, podría pensarse que las disidencias nombradas anuncian una nueva derrota de Chávez. Pero el análisis político no tiene nada que ver con cábalas. Lo único que es posible advertir es que todo indica que la salida será, alguna vez, por el centro. Las condiciones ya están dadas.
Por si fuera poco existe al interior de la oposición un fuerte potencial centrista. La hegemonía política de la oposición no está formada, en efecto, por partidos de derecha sino más bien por partidos que en cualquiera democracia normal serían calificados como partidos de centro izquierda y centro-centro. La derecha a la que se refiere Chávez con tanto ahínco, tiene una existencia política altamente precaria. Tampoco existe en Venezuela una oligarquía económica. Hay por cierto, como en todo país, personas adineradas, de las cuales muchas son chavistas, pero están lejos de constituir una oligarquía o una burguesía en el sentido social del término. En fin, en Venezuela no hay fuertes corporaciones agrarias como las del “interior” de Argentina o las asociaciones cafetaleras de Colombia, ni tampoco un empresariado pujante como en Brasil o Chile. En un Estado rentista, como es el venezolano, la única oligarquía posible es la “clase de Estado” que controla el petróleo, clase a la que los venezolanos llaman “chavo-burguesía”. Y Hugo Chávez es el máximo oponente de esa nueva “clase en el poder” (oligarquía de Estado), de las que nos habla el mencionado texto de Poulantzas.
5. Para Poulantzas, la última razón que lleva al descenso de las dictaduras reside en el contexto internacional. De acuerdo a su visión teórica marxista, el desarrollo de la economía capitalista a escala mundial había penetrado al interior de países como España, Portugal y Grecia, produciéndose así una inadecuación entre la superestructura política equivalente a estructuras agro-oligárquicas, y la modernización económica.
Dejando de lado ciertas interpretaciones mecanicistas en las que incurrió Poulantzas, hay que rescatar la idea de que en el contexto europeo los gobiernos dictatoriales que regían esos países constituían una rémora difícil de soportar. Ampliando esa interpretación hacia las revoluciones anticomunistas de 1979-1980, es posible convenir que lo que buscó Gorbachov, en una primera instancia, no fue el fin del comunismo, sino la europeización económica y tecnológica de la URSS, hecho que pasaba por la modernización de las arcaicas estructuras correspondientes al periodo de la industrialización pesada, pero no al de la industria digital, plano en que la URSS se encontraba muy atrasada. Y nuevamente ampliando la interpretación de Poulantzas, esta vez hacia el caso latinoamericano, podemos advertir que el descenso de las dictaduras del Cono Sur comenzó a tener lugar cuando éstas dejaron de cumplir un papel funcional en la lucha en contra de un enemigo que ya no existía más: el comunismo. En fin, en los tres casos mencionados hay una cierta relación de correspondencia entre los imperativos que demanda el contexto internacional y la existencia de estructuras políticas arcaicas.
Ahora bien, si se analiza el discurso político supuestamente “antimperialista” de los Castro, Chávez, y sus aliados del ALBA, lo primero que salta a la vista es el enorme grado de regresividad histórica que comporta. En efecto, tanto los hermanos Castro como Chávez representan gobiernos de la Guerra Fría, pero sin Guerra Fría. Si ese discurso antagonista de Guerra Fría pareció funcionar durante la era de Bush, con Obama funciona de modo muy defectuoso. Debido a esa razón Chávez ha decidido trasladar sus imaginarios antagonismos ya no tanto en contra de “el imperio”, sino en contra de Colombia.
En los momentos en que escribo estas líneas, Chávez se encuentra interviniendo directamente en las elecciones presidenciales del vecino país, atacando al candidato del uribismo, Juan Manuel Santos, quien habla el mismo lenguaje agresivo y militar de Chávez. Resulta así evidente que lo que más podría convenir a Chávez, a fin de impedir una salida democrática “centrista” en su país, es erigirse como el salvador de la patria amenazada por la “intervención” extranjera. En ese sentido, Santos se adapta perfectamente al rol del agresor que requiere Chávez, del mismo modo como Chávez se adapta al rol del agresor que requiere Santos. Y al llegar a este punto, permítaseme jugar con una hipótesis: ¿Contra quién va a dirigir Chávez su política agresiva si en lugar de Santos llega a la presidencia de Colombia el extraño candidato Aurelijus Rutenis Antanás Mockus quién, además, habla un lenguaje políticamente centrista, o por lo menos despolarizante, lenguaje que Chávez no entiende? Analizando el tema desde esas perspectiva, lo peor que podría ocurrir a Chávez es que las elecciones colombianas no sean ganadas por Santos. Estaríamos así frente a una muy interesante ironía histórica. Si se da tal situación, la salida por el centro quedaría mucho más abierta que antes. Pero esa es sólo una hipótesis y, en ningún caso, una tesis.
PS.
Puede que deba una explicación, y es la siguiente: el centro en política no tiene nada que ver con un centro geométrico. Tampoco tiene que ver con una práctica de concesiones mutuas, ni mucho menos con una política de la ambigüedad. El centro en política es un punto de encuentro entre dos fuerzas –en este caso, la disidencia y la oposición- que descubren que para seguir existiendo deben unirse frente a un enemigo común. Luego, ese centro no está dado. Debe ser buscado.
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